Cuando un puto coge, no sólo está cogiendocon alguien sino también con algo. O sea,dejémonos de joder un rato con la búsquedade una definición posible y única para lapalabra “chongo”, y que todas las pasivas delmundo breguen cuando es más gentil lamitología y no se afecta tanto el autoestimadel sacrificio. Acá está la cuestión, acá hayalgo que raspa hoy por hoy. En algo hay unproblema que más de uno disimula en el actoen cuestión y le da para adelante como quiendice, casi con caridad cristiana, con esaintención, con ese afán reparador de ladefinición sensorial que hizo posible la cogida,ahí, en cualquier lado. Lo de la cogida,entrando en tema ya, no es unageneralización de todas la cogidas del puto,sino más bien las referidas a aquellas en lascuales -ya lo dije- el puto se cogió un chongo. Y no al revés. O sea, un chongo cogido es unfalso amigo lingüísticamente hablando,implica una decepción sobre la ficciónverdadera del otro pero, al mismo tiempo, unempeño del puto por no ablandar digamos,por no cederle terreno a la encuadernación delo real, de lo que parecía una maquinariahormonal que encajaba perfecto en lo que siempre se supo en poder de otro máspoderoso, más intenso, más intervenido en loreal, como los albañiles, los vendedoresambulantes o ciertos jugadores de lasinferiores. Los jugadores hacen el deporte y los putos construyen al chongo. El granproblema del teatro argentino quizás sea unproblema de actuación que no encuentra unconjuro más o menos creíble en lo materialporque éste, de alguna manera, se sabe perose sigue digamos, está deteriorado, como la fea veces. Un chongo cogido, también.

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